De cultos y sectas
Por: Gerardo Enrique Garibay Camarena
19/02/07
El próximo domingo se llevará a cabo la entrega de los premios
OSCAR, donde se encuentran nominadas 3 películas dirigidas por mexicanos: Niños del hombre, de Alfonso Cuarón; El laberinto
del Fauno, de Guillermo del Toro y Babel, de Alejandro Gonzáles. Ante la histórica cantidad de nominaciones obtenidas por
dichas cintas, más de uno empieza a hablar de una nueva “era de oro” del cine mexicano, tras décadas de una industria
fílmica desahuciada, reflejo del alejamiento entre la cultura y la sociedad de nuestro país.
La afirmación es ciertamente una exageración, ya que ninguna
de las obras nominadas es realmente “mexicana”, pero nos hace voltear la mirada al cine en particular y a la cultura
nacional en general para preguntarnos que pasó, ¿porqué, a pesar de que hoy prácticamente todos los mexicanos sabemos leer
y escribir, el nivel cultural es tan bajo? ¿en donde estuvo el error?.
A partir de la urbanización que vivió México tras el fin de
la revolución, el cine se convirtió en uno de los entretenimientos populares más importantes, llegando a todas las capas de
la sociedad, y así permaneció hasta que, sobre todo a partir de la época de Echeverría, el gobierno utilizó a la pantalla
grande como un medio para tener tranquilos a los revoltosos: las escuelas de cine se llenaron de grillos marxistas sin talento,
las películas “con mensaje” recibieron todos los apoyos gubernamentales y, ante la resultante avalancha de aburridas
cintas intelectualoides, el público se refugió en el cine norteamericano; por consecuencia, el dinero para las producciones
locales se esfumo y la pantalla nacional se dividió entre películas “profundas”, que nadie veía y “videohomes”
de quinta, repletos de albures y violencia. El cine mexicano llegó al borde de la extinción, del que solo parece estar saliendo,
muy lentamente, en tiempos recientes.
Una historia similar se puede contar acerca del resto de las
actividades culturales, convertidas en auténticas sectas para cultos profesionales, mayoritariamente de izquierda, que viven
de sonsacarle al gobierno becas y canonjías. Los comunes y corrientes placeres de la música, el cine o la lectura, se han
convertido, por obra y gracia de la SEP y de pomposos órganos burocráticos, en un tedioso y esotérico ritual al que solo tienen
acceso aquellos iniciados que por místicos poderes han logrado la “iluminación” para entender los complejos procesos
que implica leer las letras escritas en un papel; o, lo que es lo mismo, en privilegio de un grupo de vividores que se dedican
a hacer de la cultura es algo obscuro y complejo, cuando esta en realidad es, simple y llanamente, una forma de entretener
y expresar ideas.
Las consecuencias están a la vista, hoy los mexicanos no leemos
(bueno, sí leemos, pero casi siempre basura) y huimos de todo lo que suene a “CULTURA”, como si nuestra vida dependiera
de ello. Para muestra basta un botón: hace algunos años, estando en conocida tienda de autoservicio, me tocó ver como una
niña le pidió a su mamá que le comprara un libro, la señora (que había ido por un TVyNovelas) reaccionó escandalizada y dramáticamente le respondió que le compraba cualquier otra cosa, menos un libro.
Si bien es cierto que se trató solamente de un caso específico, también lo es que representa lo que a nivel general hemos
venido viviendo en nuestro México durante los últimos años, a pesar del alcance del sistema educativo.
Es claro que existe un divorcio entre las artes y el ciudadano
promedio, ahora la pregunta sería: ¿cómo lo solucionamos? la respuesta es: Acercando estas, en forma amena, al gran público
y rompiendo el paradigma de que se trata de algo exclusivo para ciertos grupos. De otro modo la cultura seguirá siendo, como
hasta hoy, ajena, privilegio de unos cuantos y, en otras palabras, cosa de cultos y sectas.
garibaycamarena@hotmail.com
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