Antro
Por: Gerardo Enrique Garibay Camarena
5/marzo/07
Son lugares pequeños, ruidosos, obscuros y caros, sin
embargo, cada fin de semana se atestan de jóvenes que buscan en ellos una evasión a los problemas cotidianos y la aceptación
social que tanto requieren. Se trata de los famosos “antros” surgidos en su forma moderna a partir de los años
70, con el nombre de discotecas.
Estos lugares se han popularizado a base de una gigantesca
campaña de medios (principalmente televisivos), al grado de que buena parte de los adolescentes de nuestros días tienen al
“antro” como principal punto de referencia y tema de conversación. El problema es que esta subcultura trae consigo
un enorme aumento en las adicciones y en las conductas de riesgo, que debía haber levantado hace mucho las voces de alarma
en México y el resto del mundo.
La subcultura del antro, que a grandes rasgos consiste
en que para estar a la moda hay que ser cliente de centros nocturnos e ingerir bebidas alcohólicas (y otras cosas), se encuentra
apoyada en una imposición mediática que va desde las telenovelas “juveniles” hasta las caricaturas o las películas,
donde la juventud se ve siempre asociada con la parranda.
En la génesis de este fenómeno se encuentra el más vil
mercantilismo, que, aprovechando el poder de consumo de los jóvenes, usa a la publicidad y la televisión para mantenerlos
en un estado de inmadurez permanente, en un síndrome de Peter Pan. ¿Porqué? por que de este modo resulta más fácil venderle
a nuestros incautos adolescentes productos que de otro modo no adquirirían, al menos no en la misma cantidad. Este caso resulta
especialmente claro con las bebidas alcohólicas, cuya publicidad está preferentemente enfocada a los jóvenes, ante la apatía,
o la franca complicidad de los gobiernos occidentales.
Resulta curioso que, mientras en muchos países, incluido
el nuestro, se ha limitado la publicidad de los cigarros, con el muy loable propósito de alejarlos de los niños y jóvenes,
se mantenga sin restricción alguna la del alcohol, a través de comerciales y programas de televisión, en que con etílica constancia
se le presenta como elemento insustituible del éxito y la felicidad. En aras de un mínimo de coherencia sería necesario que
a la promoción del vino y la cerveza se aplicaran, por lo menos, las mismas restricciones que a la del tabaco.
El problema es grave, y ya lo tenemos aquí. Según cifras
oficiales, a nivel nacional más de 300,000 menores de edad son alcohólicos, mientras que el consumo de alcohol entre los jóvenes
pasó de 27% a 35% de 1998 al 2002; de seguir a este ritmo, dicha cifra aumentará a 51% para el 2010. A
esto hay que sumar además los incrementos en la adicción a las drogas ilegales y al propio tabaco, en buena parte, a causa
de la “subcultura del antro” y de la publicidad.
Ante este panorama es necesaria la acción decidida de
gobierno y sociedad, limitando la publicidad del alcohol en la televisión, aumentando los requisitos para la instalación de
centros de vicio, promoviendo programas de prevención de adicciones y elevando la edad mínima para el consumo de alcohol a
21 años, como se ha hecho, con buenos resultados, en los Estados Unidos. De otro modo lo que hoy es un problema de salud pública
podría llegar en un futuro a amenazar la sobrevivencia de nuestra sociedad. Estamos advertidos.
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