La historia
sin fin
Por Gerardo
Enrique Garibay Camarena
11/06/2007
Es
el cuento de nunca acabar, es el eterno retorno, es el conflicto en medio oriente. A principios de los años 90, la labor conciliadora
de George Bush padre y Yitzhak Rabin (dirigentes de Estados Unidos e Israel, respectivamente) logró dar una gran paso hacia
la pacificación de la región al acordar junto con el líder palestino, Yasser Arafat, el establecimiento de la Autoridad Nacional Palestina, que en teoría permitiría
el establecimiento paulatino de una estado palestino independiente.
Fue
solo teoría, porque el asesinato de Rabin a manos de un extremista judío y la ya legendaria incompetencia gubernamental de
Arafat dieron al traste con el proyecto. Tras varios años de estira y afloja, la visita, en el año 2000, de Ariel Sharon (uno
de los más emblemáticos líderes israelitas) a la explanada de las mezquitas en Jerusalén (aprobada incluso por la propia autoridad
palestina) detonó una ola de violencia conocida como la segunda intifada.
Aun
en estas circunstancias el gobierno de Israel impulsó junto con los Estados Unidos un programa conocido como “hoja de
ruta”, que incluyó el desmantelamiento de asentamientos judíos en los territorios ocupados, todo en busca de una paz
con los palestinos que no tiene para cuando llegar.
Mientras
tanto, en las zonas dejadas al cuidado de la “Autoridad Nacional Palestina” la situación empeora a cada momento.
La corrupción rampante de Al-Fatah, sumada a la muerte de su líder natural, Yasser Arafat, desembocó en el arribo al gobierno
de los extremistas musulmanes de Hamas, vinculados con Al-Quaeda y con el régimen totalitario Iraní. El fortalecimiento de
los radicales, dicen los analistas pro-palestinos, se debe a la pobreza provocada por la opresión israelí, que no les deja
salida. Es un pretexto excelente, se oye muy bonito, pero es mentira; la culpa de la pobreza palestina no es de los judíos,
sino ante todo de los propios palestinos, incapaces de desarrollar una política mínimamente civilizada.
Para
muestra basta un botón, el lunes 11 de junio militantes de los grupos palestinos enfrentados (Hamas y Fatah) dispararon contra
la casa del Primer Ministro y la sede del gobierno palestino, mientras seguidores armados de ambos bandos se enfrentaron en
las calles, dejando un número indeterminado de muertos y más de 50 heridos. ¿El motivo? La lucha por el poder, es decir: los
políticos palestinos son incapaces de construir un debate civilizado, por lo que recurren a la vía fácil del asesinato para
negociar y hacer política. Con gobernantes así no es una sorpresa que el pueblo
palestino se hunda en la pobreza, y la culpa no es de Israel, sino de ellos mismos.
Algo
similar ocurre en nuestro país con quienes le achacan todos nuestros problemas a los Estados Unidos. Por supuesto que nuestros
políticos no caen en las aberraciones que tanto gustan a los palestinos, pero también lo es que han (y hemos como sociedad)
sido incapaces de resolver los grandes problemas de México. Por tanto, al negar nuestra responsabilidad y culpar de todo a
los norteamericanos estamos eternizando nuestros rezagos y, al igual que los palestinos, caemos en una inercia que nos impide
progresar, en una historia sin fin de odios y resentimientos, donde, al final del día, todos pierden.
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