Esta visión ideológica, que en el ámbito sociopolítico se refleja en una aspiración de autosuficiencia y recelo respecto
a otros estados, se generalizó a nivel mundial a partir del Siglo XIX. En nuestro país ha echado profundas raíces, convirtiéndose
en el pretexto preferido de delirantes caudillos, lo mismo de izquierda que de derecha.
Tras el triunfo de la Revolución Mexicana, el régimen priísta presentó al nacionalismo como su principal bandera, llevando
a cabo en nombre de este lo mismo expropiaciones que crueles represiones contra la sociedad civil; mientras que por debajo
de la mesa, a imitación de sus antecesores liberales del siglo anterior, buscaba la protección y apoyo de los Estados Unidos.
De la mano de intelectuales, libros de texto y burócratas de todos niveles, se impuso una visión dogmáticamente nacionalista
de la historia, haciendo eco de la xenofobia presente en nuestra sociedad desde la época colonial, al tiempo que desde los
medios de comunicación y el propio gobierno se alentaba la admiración a lo extranjero por el sólo hecho de serlo, provocando
con ello una mezcla de patriotismo y malinchismo cuyo surrealismo haría la envidia de Dalí.
Las consecuencias de ello forman parte de la vida cotidiana: celebramos ruidosamente nuestra independencia, pero somos
incapaces de recordar siquiera en qué año se logró o quienes fueron los dirigentes del movimiento; vamos por el mundo con
nuestras banderas tricolores, pero aún en casa las despreciamos al referirnos a nuestro país con frases como: “no importa,
estamos en México”; cantamos loas al pasado indígena, pero discriminamos sistemáticamente a los pueblos aborígenes,
entre muchas otras.
Los Absurdos Nacionalistas, resultado de dichas contradicciones, son muy comunes en todos los sectores sociales, incluido
el de la política: ejemplos como los de un Fernández Noroña que ataca a Mouriño por ser “español”, o Demetrio
Sodi que crítica una exhibición beisbolística a realizarse en el Zócalo comparándola con la invasión norteamericana de 1847,
son sólo algunos de los ejemplos más recientes, pero no los únicos. Otra muestra la tenemos en el debate respecto a la
reforma en materia energética, que igualmente ha dado lugar a muchas muestras del nacionalismo, pues entre quienes se oponen
a ella es común escuchar argumentos en el sentido de que permitir inversiones mixtas en Pemex o participación privada en la
generación de energía eléctrica, significa arriesgar la soberanía nacional, olvidando que de no aplicarse cambios a los esquemas
actuales la dependencia energética mexicana llegará a niveles insostenibles, afectando la misma soberanía que dicen defender.
A lo largo de los últimos doscientos años, el nacionalismo ha recorrido el mundo, dejando, cuando se desborda, una estela
de guerras, atraso, genocidio y violencia; por ello es necesario que tanto los políticos como la sociedad mexicanos abandonemos
los viejos esquemas nacionalistas en que los países eran concebidos como “islas” separadas del mundo, pues la
globalización en que vivimos nos presenta un panorama distinto, donde el objetivo ya no es la independencia, sino la interdependencia,
y el progreso como resultado de la colaboración de los países. Lo demás son sólo absurdos. |