Desde Rusia con
amor
Lic. Gerardo
Enrique Garibay Camarena
18-Agosto-2008
El pasado 8 de
agosto, mientras el mundo observaba impresionado el despliegue tecnológico chino en ocasión de los juegos olímpicos, el ejército
ruso penetró en territorio de Georgia (una ex república soviética) en respuesta al ataque militar de dicha nación caucásica
contra su provincia separatista de Osetia del Sur, cuyos habitantes buscan unirse a sus hermanos en Osetia del Norte, que
a su vez forma parte de la Federación Rusa.
El conflicto,
que a lo largo de una semana costó las vidas de varios miles de personas y recibió poca atención de la opinión pública mundial,
constituye una clara señal de alerta para occidente y especialmente para Europa, recordándonos que Rusia, aún tras la crisis
que representó el fin de la URSS sigue siendo una potencia de primer nivel y no está dispuesta a permitir que Estados Unidos
y sus aliados de la OTAN la priven de su área tradicional de influencia.
Tras la caída
del bloque soviético, las naciones a quienes los rusos habían oprimido (directa o indirectamente) con el pretexto de la lucha
de clases, mostraron claramente su intención de acercarse al bloque europeo. Desde la pequeña Eslovenia hasta la enorme Ucrania,
solicitaron su inclusión en la UE y la OTAN, atrajeron inversiones occidentales y se adaptaron, tan rápidamente como pudieron,
al bloque capitalista.
Mientras tanto
Rusia, sumida en la crisis y encabezada por un alcohólico contumaz llamado Boris Yeltsin, aguantaba humillación tras humillación
al ver como pasaba de ocupar un papel protagónico a uno secundario o inclusive terciario en el concierto internacional, observando
con creciente inquietud los avances de Estados Unidos y China en sus áreas de influencia.
Sin embargo,
las cosas han cambiado, en primera porque Rusia cuenta ahora con Vladimir Putin, un líder firme y extremadamente popular (el
Presidente formal, Dimitri Medvedev, es poco más que un testaferro) y en segunda, porque los precios del petróleo y el gas,
dos recursos abundantes en este país, han aumentado estratosféricamente, permitiéndole a este país obtener enormes ganancias
con la venta de energéticos a Europa occidental, que depende en casi un 50% del suministro ruso.
La pugna entre
Rusia y occidente se recrudeció a partir de las elecciones generales del 2004 en Ucrania, donde político el pro europeo y
líder de la “Revolución Naranja” Víktor Yushchenko ganó la Presidencia tras derrotar al oficialista Viktor Yanukovich, quien contaba con el apoyo de Moscú. Dada la importancia geopolítica
de Ucrania, (que alberga a la gran mayoría de los oleoductos que van de oriente hacia Europa) el régimen ruso no cejó en su
hostigamiento contra esa nación y a principios del 2006, en plena temporada invernal, le cortó el suministro de gas tras haberle previamente quintuplicado el precio, de 50 a 230 dólares por cada mil metros
cúbicos.
A principios
de este año vino la segunda afrenta occidental contra Rusia, al respaldar la independencia de Kosovo, otrora provincia de
Serbia, uno de los aliados naturales del régimen moscovita, que protestó infructuosamente contra la escisión kosovar. Además
de lo anterior destaca el proyecto norteamericano de instalar misiles en Europa oriental, lo que Rusia considera como una
afrenta a su dignidad y una amenaza a su seguridad.
Por todo lo anterior
era solo cuestión de tiempo antes de que Putin y compañía reaccionaran, y la provocación del Presidente georgiano les cayó
de perlas, pues les permitió enviar un mensaje de fuerza. Lo ocurrido en el Cáucaso durante estas semanas deja en claro que
Rusia no va a ceder sin luchar a la que considera su zona de influencia y, aún más, que busca recuperar el orgullo perdido.
Prueba
de ello son las declaraciones de el vicejefe del Estado Mayor ruso, Anatoli Nogovitsyn, quien, en tono de clara amenaza, señaló
que Polonia se pone a sí misma en riesgo con la instalación del sistema antimisiles, pues en caso necesario ésos serán los
objetivos a destruir prioritarios. Dijo además que la decisión polaca “no puede quedar sin castigo”. A resultas
de lo anterior, encuestas como la llevada a cabo por el Semanario Wprost, muestran que la mitad
de los polacos temen una ataque de Moscú en los próximos años, mientras que un 40% califica a la Federación Rusa como el peor
enemigo de su país.
El temor no se
limita a Polonia, pues los líderes de naciones como Estonia, Lituania, Ucrania y Letonia acudieron, junto con el polaco, a
un mitin de apoyo a Georgia, llevado a cabo en Tiblisi, la capital de dicho país, en una muestra de solidaridad y preocupación
común ante el expansionismo ruso, que tanto dolor les ha causado en el pasado.
En medio de la crisis,
el Presidente polaco, Lech Kaczynski, señaló que Georgia es precisamente el país
donde Estados Unidos, al que califica de "nuestro más grande aliado", debe confirmar su decidido apoyo, mientras que el dirigente
estonio, Toomas Hendrick, declaró que el conflicto entre Rusia y Georgia es una
prueba de fuego para la Unión Europea y que Europa debe reevaluar completamente tanto su actual política internacional como
sus estrategias de seguridad. Ambas declaraciones son testimonio del compromiso de occidente hacia sus aliados en el oriente
europeo, pues estas naciones se la han jugado por la democracia, y no podemos dejarlas a su suerte, no otra vez.
La conclusión que nos
deja la mini guerra del Cáucaso es que, si bien la Unión Soviética ha desaparecido, la política imperial de Moscú está de
regreso, y el nuevo Zar de Todas las Rusias, Vladimir Putin, parece decidido (con el beneplácito del pueblo ruso) a retomar
el terreno perdido en la Perestroika, por lo que el mundo debe estar atento a las estrategias geopolíticas que vienen desde
Rusia con amor y deseos de revancha… o atenerse a las consecuencias.
garibaycamarena@hotmail.com
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