Los (mega) ricos también lloran
Por: Gerardo Enrique Garibay
Camarena
13-oct-08
Fue como una profecía auto cumplida,
durante las últimas semanas los ecos y rumores de la crisis financiera se materializaron en medio de estrepitosas caídas en
los mercados de valores, acompañados por el desesperado intento de la Administración Bush por salvar el día y, de paso, su
legado político.
A continuación analizamos las
causas, implicaciones y posibles efectos de esta turbulencia financiera, que pareciera por momentos contar con el potencial
para convertirse en una crisis similar a aquella de 1929, entre cuyas consecuencias se cuenta incluso la II Guerra Mundial,
pues el ascenso de los regímenes fascistas fue consecuencia directa de la recesión norteamericana.
Los vientos anunciaban la tempestad
desde hace meses, sin embargo, fue hasta el pasado 15 de septiembre, con la quiebra de “Lehman Brothers” uno de
los bancos más importantes de los Estados Unidos, fuertemente golpeado por la crisis hipotecaria.
Al desplome del Lehman siguió
la negociación de un paquete de medidas fiscales, conocido como bailout, entre el Presidente Bush y los legisladores. Irónicamente,
la oposición al programa provino no de los demócratas, sino del propio partido de Bush.
Los republicanos hicieron eco
de la inconformidad popular, que considera al bailout como un rescate para los ricos y votaron mayoritariamente en contra
de la medida, logrando que esta fuera rechazada, lo que forzó nuevas negociaciones. Aún así, cuando finalmente se aprobó el
3 de octubre, pasó gracias al voto demócrata, pues más de la mitad de los republicanos volvió a votar en contra.
Básicamente, el bailout consiste
en darle al departamento del tesoro autorización para adquirir activos riesgosos por hasta 700,000 millones de dólares, al
tiempo en que se otorga una serie de exenciones y beneficios impositivos a los consumidores y se eleva a $250,000 dólares
el monto de ahorros garantizados.
Sin embargo, la aprobación del
“Programa de Alivio de Activos en Problemas” no ha logrado restaurar la tranquilidad en los mercados financieros,
de modo que al lunes siguiente, tanto los índices de Wall Street como los del resto del mundo sufrieron fuerte presión, registrándose
caídas récord en países como Brasil, cuya bolsa de valores se desplomó en un 15% tan solo del 1 al 6 de octubre, mientras
el IPC de México, que ha registrado bajas sostenidas a partir del 2 de junio, ha perdido alrededor de 10,000 puntos, lo que
representa casi un 30%.
Esto se debe a que la crisis
no es un fenómeno norteamericano, sino global, debido a diversos factores entre los que destacan, por supuesto, la crisis
de las hipotecas de alto riesgo, pero influyen también los altos costos del petróleo, la incertidumbre política y la naturaleza
misma del sistema financiero actual.
Empecemos por el principio.
Es dicho común que la inversión en bienes raíces es rentable porque los precios de estos siempre tienden a subir. El problema
es que esta ley solo era cierta en circunstancias normales, de modo que, cuando todo mundo comenzó a adquirir casas, ya no
para vivir en ellas, sino como medio de inversión, el precio de estas aumentó. Esto aunado al florecimiento de las hipotecas
de alto riesgo, conocidas como subprimes y otros instrumentos financieros, provocó que mucha gente se endeudara con créditos
sumamente gravosos.
Cuando a la mezcla le añadimos
la reducción en el crecimiento económico y la incertidumbre provocada por el alza en los precios del petróleo, tenemos un
coctel explosivo. Algunos créditos hipotecarios comenzaron a caer en la cartera vencida, provocando alerta entre los inversionistas.
La crisis hipotecaria se expandió
al resto de la cadena económica porque los bancos que otorgaron los créditos ofrecieron estos como parte de sus portafolios
de inversión, y, siendo prácticamente imposible distinguir aquellos portafolios que contienen hipotecas en riesgo de los que
están sanos, el precio de todos ellos ha venido cayendo. Es como lo que ocurre cuando hay cucarachas en la alacena: el problema
no es lo que se comen, sino lo que echan a perder.
El problema es que lo que se
originó como una crisis limitada al sector de bienes raíces (aproximadamente un 6% de los hogares estadounidenses están atrasados
en el pago de sus hipotecas) se ha expandido a escala global, y, si bien los Estados Unidos parecen contar con las herramientas
necesarias para capotear la tormenta, otros países podrían no contar con la misma suerte.
Prueba de ello son las estrepitosas
caídas en mercados latinoamericanos, como el brasileño, que ha llegado a desplomarse hasta en un 15% en una sola jornada.
Chile, Perú, Argentina y, por supuesto, México, se han visto seriamente afectados y muy probablemente la desaceleración consumirá los crecimientos macroeconómicos que había venido experimentando la región.
Aún Venezuela, cuya economía
petrolizada está aparentemente menos expuesta, comenzará (y de hecho ya ha comenzado), ha sentir los efectos de la reducción
en el precio del petróleo, que ha llegado a ubicarse en la zona de los 80 dólares, cuando apenas hace unos meses rompía récords
históricos por arriba de los cien billetes verdes por barril.
Otro caso es el europeo, uno
podría suponer que, en medio de la crisis norteamericana, el Euro reforzaría su posición y se convertiría incluso en la moneda
dominante, pero está sucediendo todo lo contrario. Durante los últimos cuatro meses, el dólar ha pasado, de cotizarse a 1.6,
a solo 1.3 por Euro.
¿Porqué? Bueno, en primera porque
los Estados Unidos siguen siendo la nación líder y el punto de referencia para el resto del mundo. Aunque durante la presente
década el Euro ha tenido éxito y se ha consolidado como contrapeso del Dólar, los inversionistas aún confían más en la fortaleza
probada del segundo.
Puede decirse que el Euro es
al dólar lo que el Firefox al Internet Explorer o el Caballitos a la Coca Cola: una alternativa para quienes quieren sentirse
diferentes y hacer enojar al imperio, pero no un soporte confiable en tiempos de crisis.
Además la propia Europa está
en serios problemas, con las tasas de crecimiento encogiéndose en buena parte del continente y el desempleo elevándose en
países como España. Por si esto fuera poco, los bancos del viejo continente también están requiriendo medidas de rescate por
parte de sus respectivos gobiernos.
Incluso aquellos que, como Barclays
o el Deutsche Bank, parecen mantener el terreno, dependen en buena medida del “leverage”, es decir, la inversión
en base a dinero prestado, que los hace más vulnerables ante una contracción financiera como la que parece venir en camino.
Peor aún, mientras que la economía
de Estados Unidos tiene un gobierno único, que puede negociar y ponerse de acuerdo en relativamente poco tiempo, la zona del
Euro cuenta con decenas de regímenes de diversas tendencias políticas, con economías están bastante más unidas que su administración
pública, lo que complicará la aplicación de cualquier acción concertada.
La triste verdad es que, aislada
en la cima de su soberbia y víctima de su propio éxito, la Europa unida lleva años sin avanzar en la integración administrativa,
prueba de lo cual fue el rotundo fracaso de la propuesta para una nueva Constitución, rechazada en Francia y Holanda.
Otro de los elementos a tomar
en cuenta es el propio sistema en que se basan los mercados de valores, donde se privilegia la especulación, llegando al punto
en que el valor de las acciones no se respalda en la producción real de las empresas que cotizan en bolsa, sino en lo que
los inversionistas se imaginan, de modo que, cuando la confianza de estos tiembla, también lo hacen las economías. Aún así,
la situación no es todavía tan grave como lo fue durante la crisis de 1929, cuando el desempleo llegó al 25% en los Estados
Unidos, una cifra 4 veces mayor a la actual, que tras un aumento de aproximadamente 20% en lo que va del año, se ubica en
6%.
Parece que lo peor aún está
por venir, pero no debemos desesperar, sino aprender de la experiencia para que nuestras economías no repitan los mismos errores
y prepararnos para afrontar la tormenta, sabiendo que cuando las finanzas no solo las personas normales batallamos, sino que
los (mega) ricos también lloran.