Tiempos Violentos
Por: Gerardo Enrique Garibay
Camarena
15-Diciembre
El arresto,
ocurrido el pasado 8 de diciembre, de Aitzol Iriondo,
quien había sido nombrado tan solo unas semanas atrás como el nuevo dirigente del ala militar de Euskadi
Ta Askatasuna, mejor conocida como la ETA, tras la detención de su antecesor, Garikoitz
Aspiazu, ha sido un golpe
fulminante al terrorismo nacionalista que durante décadas ha azotado a España y Francia con atentados, asesinatos y extorsiones
Fundada hace poco más de 50 años, en
el marco de la dictadura franquista, como una organización en defensa de la soberanía Vasca, la ETA se fue consolidando como un grupo claramente criminal, que dirige
su arsenal no solo contra objetivos militares, sino contra inocentes.
El baño de sangre comenzó en 1960,
con el asesinato de la niña Begoña Urroz Ibarrola, en 1960, al que siguieron diversos atentados entre los que destaca el ocurrido
el 19 de junio de 1987 en el estacionamiento de un centro comercial de Barcelona, que cobró la vida de 27 personas.
En total se calcula que el número
de muertos por causa de los ataques etarras ronda el millar. De ahí la importancia que han tenido
estas detenciones, pues el perder a dos dirigentes en forma consecutiva debilitará sin lugar a dudas a esta organización delictiva.
Este arresto representa también el ocaso
del terrorismo occidental, que en Europa fue representado principalmente por la ETA, en España; el IRA, en Irlanda o las Brigadas
Rojas, en Italia y que en América encontró a su máximo exponente en el grupo maoísta peruano llamado Sendero Luminoso.
Todas estas organizaciones, de tendencia
nacionalista o comunista ocuparon buena parte de los reflectores durante la Segunda Mitad del Siglo XX, antes de ser desplazados
definitivamente por el terrorismo islámico, sobre todo a raíz de los atentados ocurridos, primero en 1993 y luego en 2001,
contra el World Trade Center.
Ambos son terrorismos, y sin embargo
presentan características y desafíos completamente distintos, por ello es que mientras las naciones occidentales (y occidentalizadas)
han logrado anular o reducir significativamente la actividad de sus propias organizaciones criminales, están teniendo muchos
mayores problemas para tratar con Al – Quaeda y compañía.
Prueba de ello son los recientes atentados
en Mumbai, que costaron casi 200 vidas y que el gobierno Hindú adjudica, al menos tácitamente, al régimen pakistaní, con quien
sostiene desde hace casi 60 años una sangrienta disputa por la provincia de Kachemira, la cual esconde además un trasfondo
de conflictos interreligiosos.
La gran diferencia es que, mientras
las organizaciones radicales europeas y latinoamericanas reciben el apoyo de una mínima parte de la población, que simpatiza
con su agenda política específica, sus colegas musulmanes cuentan con bases extendidas a lo largo del tejido social, lo que
les permite aprovechar las dificultades económicas y el fanatismo religioso para allegarse seguidores a los que puedan usar
como bombas humanas. Además tienen, en no pocas ocasiones, el respaldo y la incompetencia de las autoridades supuestamente
encargadas de combatirlos.
Debido a lo anterior, aún los propios
países árabes enfrentan constantemente la amenaza del extremismo islámico, y que, a diferencia de lo que ocurre en España
cada vez que ocurre un ataque de ETA, los egipcios, saudís o argelinos no puedan salir a las calles para manifestar su rechazo
a la violencia.
Tras la Segunda Guerra Mundial, a Europa
le ha tomado más de 50 años aislar y desactivar a los radicales, por ello no debemos esperar que la lucha contra el nuevo
terrorismo sea corta o fácil. Tardará decenas, quizá más de cien años, por eso es necesario tener paciencia y humildad: paciencia
para trazar estrategias a largo plazo y humildad para aprender de los errores propios y ajenos, en este mundo del Siglo XXI,
en estos tiempos violentos.
garibaycamrena@hotmail.com http://sinmediastintas.tripod.com