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Vecinos (muy) distantes

Vecinos (muy) distantes

Por: Lic. Gerardo Enrique Garibay Camarena

23/04/09

 

El pasado viernes 16 de abril, la clase política y los medios de comunicación de todo México casi se olvidaron por un momento su tan arraigada afición a destriparse mutuamente y enfocaron sus baterías en la visita del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama.

 

La Obamanía entre las élites políticas llegó a tal grado que incluso los representantes de la “chiquillada” en la Cámara de Diputados armaron una pataleta tamaño familiar cuando los des-invitaron a la cena con el Presidente norteamericano.

 

Sí, es cierto. La visita de Barack ha levantado grandes esperanzas, pero es necesario tan solo ejercitar un poco la memoria  para recordar que expectativas similares acompañaron la visita de George W. Bush al rancho de Vicente Fox, hace ya más de 8 años.

 

En aquel momento todo era alegría, compañerismo y buenos deseos para concretar, por fin, una reforma migratoria. Sin embargo, todos esos sueños se evaporaron en el aire y lo que empezó como una cálida relación se transformó por momentos en un tenso estira y afloja; tanto así que, recordando aquellos años, Fox se quejó de que solo le dieron palmaditas en la espalda (igualmente, los norteamericanos podrían quejarse, y con razón, de que México no les dio palmas, sino puñaladas).

 

La “whole enchilada” migratoria se quedó en mera “enchilada” para el gobierno mexicano que recurrió al teledrama para quejarse amargamente del “muro de la vergüenza” mientras el tema de los migrantes ilegales se empantanó en la surrealista dinámica washingtoniana, y todo siguió igual.

 

Ahora el gran tema de Calderón es la colaboración en la lucha contra el narcotráfico y, a pesar de los esperanzadores signos de la semana pasada, es muy probable que el escenario Fox-Bush tenga su segunda parte entre Felipe y Barack: otra vez de la ilusión al desengaño, de la fantasía a la dura realidad.

 

Y es que el problema no recae en la personalidad de los presidentes en turno, sino en la propia dinámica de la relación binacional, que está verdaderamente vuelta de cabeza.

 

Nuestros países comparten dos grandes problemas comunes: El narcotráfico y la Migración ilegal. Nosotros queremos que los norteamericanos resuelvan el problema de la migración con una reforma integral (por cierto, nadie sabe a ciencia cierta en qué consiste eso de “integral”) y ellos quieren que nosotros derrotemos a los cárteles del narcotráfico. Y debería ser al revés.

 

Aunque ambos problemas son comunes y muestran síntomas en los dos países, el de la migración ilegal es en el fondo un problema mexicano y el narcotráfico uno estadounidense.

 

No nos hagamos patos. Millones de migrantes mexicanos están violando la ley y lo mínimo que puede hacer un gobierno decente es evitar que sus ciudadanos cometan actos ilegales (nosotros, por cierto, somos bastante proactivos a la hora de detener y maltratar a los migrantes centroamericanos que entran subrepticiamente a nuestro territorio).

 

La verdadera vergüenza no es que los gringos estén construyendo un muro para no dejarnos pasar, sino que nosotros, los mexicanos no seamos capaces de generar oportunidades de desarrollo para nuestra gente y por el contrario enviemos a nuestros compatriotas a jugarse la vida en la frontera para mantener a flote nuestras finanzas.

 

De nada servirán todas las reformas migratorias que se puedan aprobar en los Estados Unidos mientras aquí no aprobemos las reformas estructurales que nos permitan desencadenar el potencial de nuestra economía. La solución al problema no está allá, sino aquí.

 

Algo similar (solo que a la inversa) ocurre con el narcotráfico. Los norteamericanos quieren que México neutralice a los cárteles, pero esto es imposible, sencillamente, porque los verdaderos capos y las mayores mafias no están en nuestro país, sino en los propios Estados Unidos.

 

El mercado de la droga en México vale alrededor de 25 mil millones de dólares y en los Estados Unidos esta cifra se multiplica por 10, de modo que no es necesario ser Elliot Ness o Sherlock Holmes para entender que las grandes ganancias no se van a un pueblito perdido en Sinaloa, sino que se quedan en los grandes centros económicos del norte: Nueva York, Chicago o Los Ángeles.

 

¿Quieren encontrar a los dueños reales del negocio de la droga? No los busquen entre los mexicanos con sombrero vaquero, jeans y playeras floreadas, sino entre los muy “respetables” hombres de negocios. Los encontrarán en el lujoso pent-house de un rascacielos, ataviados con sobrios trajes sastre y elegantes portafolios. Dicho de otro modo, la solución del problema no está aquí, sino (en todo caso) allá.

 

Mientras nuestros países no entiendan estas verdades de Perogrullo  seguiremos viviendo de ilusiones y dando palos de ciego en una relación bilateral que no es de aliados o de socios, sino, parafraseando a Alan Riding, tan solo de vecinos (muy) distantes, mientras que la desconfianza mutua se profundiza y nuestros problemas se ponen peor.

 

garibaycamarena@hotmail.com                                          http://sinmediastintas.tripod.com

Sin medias tintas, opinión y análisis sociopolítico

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