¿y Wellington?
Por: Lic. Gerardo Enrique Garibay Camarena
Marzo 2006
En los últimos días, la atención nacional se ha centrado en dos casos, distintos en forma, similares en el fondo.
El primero es el escándalo de las conversaciones entre el “Góber precioso”, alias Mario Marín y el “rey
de la mezclilla”, también conocido en el bajo mundo como Kamel Nacif. El segundo es la explosión de la mina número 8
en Pasta de Conchos, Coahuila y la subsiguiente crisis en el Sindicato Minero.
Ambos asuntos son consecuencia de la corrupción y el arraigo de las mafias engendradas bajo el cobijo del poder
público. Los dos escándalos son muestras del peor de los Méxicos, del país que estamos tratando de dejar atrás.
Mario Marín torció la ley para beneficiar a un amigo suyo en la venganza de este en contra de la periodista
que lo acusó de pederastia, un caso que hubiera pasado como uno más si no hubiera sido por la publicación de las grabaciones,
que exhibieron al “héroe de la película” como un traficante de influencias, por decir lo menos.
El otro tema, el del sindicato de los mineros, también tiene su origen en la política turbia y el tráfico de
influencias. Hijo de un líder sindical, sin jamás haber trabajado en una mina, Napoleón Gómez recibió como herencia de su
“papá” la dirección de uno de los sindicatos más grandes del país, para explotarlo como negocio personal, protegido
por la cortina de impunidad construida gracias a la presión de los grupos sindicales.
Napoleón Gómez Urrutia está acusado de haber desaparecido un fondo de 55 millones de dólares, que debieron llegar
a los trabajadores mineros, pero que se perdieron en los intrincados recovecos del sindicato, por lo que se ha iniciado una
investigación en su contra y se le ha separado de su cargo.
Ante este ataque contra sus canonjías, los sindicatos han reaccionado con manifestaciones, amenazando con un
paro nacional y pidiendo la renuncia del Secretario del Trabajo; y es que lo que está en juego no es solo la suerte de Gómez
Urrutia, sino el coto de impunidad de los sindicatos en México. Durante años, muchas organizaciones han construido un feudo
de poder a base de presionar al gobierno y están conscientes de que la caída de Napoleón es el inicio del fin para todos ellos.
Durante la marcha del 7 de marzo en la ciudad de México, se pudo distinguir a los aliados de Gómez Urrutia,
que curiosamente son los sindicatos más izquierdistas y combativos, aquellos que se distinguen por promover no el beneficio
de los trabajadores, sino las agendas políticas de sus líderes, aquellos que son los primeros en manifestarse y los últimos
en hacer bien su trabajo.
“Joyitas” como la UNT, el SME o el STUNAM, le han lanzado un reto al gobierno federal, están
dispuestos a todo por defender sus privilegios. Este es el inicio de una nueva lucha en México, la lucha por extirpar el corporativismo
y modernizar a los sindicatos, la lucha por acabar con quienes supuestamente tendrían que defender a los trabajadores, pero
se han dedicado a explotarlos.
Todo hace indicar que, a quienes abusan del poder público,
a los capos de la mafia sindical y a Napoleón Gómez Urrutia les ha llegado su Waterloo, esperemos, por el bien de toda la
sociedad, y en especial de los trabajadores, que las autoridades federales estén a la altura de Wellington, en caso
contrario los liderzuelos gritarán, en su mejor Francés, ¡Vive la corruption! (viva la corrupción).