Los desafíos de los partidos políticos en el México actual
Lic.
Gerardo Enrique Garibay Camarena
7-Agosto-2007
Antecedentes
Durante toda la historia registrada los seres humanos hemos buscado acercarnos a otras
personas que comparten nuestras ideas, intereses y visiones. En el caso de la política y el gobierno, esta tendencia se ha
reflejado en la formación primero de facciones con objetivos meramente coyunturales y, durante los últimos 200 años en instituciones
cada vez más sólidas, lo que hoy conocemos como “Partidos Políticos”.
En el caso de Latinoamérica el proceso de consolidación del régimen de partidos políticos
ha sido largo, difícil y violento. Tras la independencia, a través del siglo XIX y buena parte del XX, la vida política de
nuestros países estuvo salpicada por constantes guerras y cuartelazos, producto de influencias externas y la incapacidad de
los diversos grupos para someterse a las reglas de la democracia y aceptar los designios de la voluntad popular cuando estos
le eran adversos.
A este clima contribuyeron también en gran medida
la falta de educación de buena parte de la sociedad y la inercia resultante de milenios de gobiernos autoritarios,
pues primero los caciques y, tras la conquista española, los Virreyes, dirigieron en forma autocrática los destinos del subcontinente.
Estas dos circunstancias formaron el caldo de cultivo para la proliferación de los caudillos, personas a cuyo talento y pericia
político/militar se confiaban los rumbos de naciones enteras, con resultados frecuentemente desastrosos.
A consecuencia del caudillismo (fenómeno aún presente en países como Venezuela y que
en México refleja Andrés Manuel López Obrador) las instituciones latinoamericanas, y como parte de ellas los partidos políticos,
han tenido que luchar contracorriente para poder profesionalizarse y dejar de depender únicamente de liderazgos unitarios.
Lo que pasó en México
En el caso de México el espectro político se dividió durante el siglo XIX entre liberales
y conservadores; tras la cuasi derrota de estos últimos, con la caída de Maximiliano, los liberales, primero a través de Porfirio
Díaz, y después por medio de la “familia revolucionaria” controlaron el panorama político, recurriendo no pocas
veces al fraude, el asesinato y la violencia para conservar el poder.
A pesar de lo anterior, el espíritu cívico de los mexicanos fue madurando y en 1939,
con la fundación del Partido Acción Nacional, surgió la primera institución político-democrática de largo plazo. Los siguientes
años probaron ser muy difíciles, la “familia revolucionaria”, ya consolidada en el Partido Revolucionario Institucional,
desarrolló un sui-generis sistema de control electoral, político y social, por cuya eficiencia y duración llegaría a ser llamado
“La dictadura perfecta”.
El siglo
XX fue testigo del control omnímodo del PRI, la falta de alternancia en el gobierno y la proliferación de la corrupción dieron
lugar al aumento de la marginación, la pobreza y el descontento generalizado de una sociedad cada vez más consciente y despierta,
que forzó al sistema a adoptar las reformas legales que permitieron el arribo de la democracia y de la alternancia política:
en 1997 en el Congreso de la Unión y el 2 de julio del 2000 en la Presidencia de la República.
Los primeros pasos de una democracia
Durante las décadas de dominio priísta se conformó un complejo sistema político, formado
por señales, reglas no escritas, acuerdos por debajo de la mesa y conductas semimafiosas. Tras el arribo de la democracia
ese esquema dejó de ser útil, el Presidente de la República
dejó de ser el “Rey sexenal”, los Magistrados, Diputados, Senadores, Gobernadores, Alcaldes y demás funcionarios
y actores públicos iniciaron la exploración de un nuevo equilibro de poderes, cuyas reglas y métodos aún no han quedado claramente
establecidos.
Los partidos no pudieron abstraerse de esta situación, sus circunstancias y paradigmas fueron claramente
alterados:
- Tras el triunfo de Vicente Fox, el PRI quedó
despojado de la figura presidencial, que durante las décadas pasadas había actuado como órgano de cohesión y dirección, además
de ser el fiel de la balanza en las pugnas que se presentaban entre las diversas facciones.
- El PAN, que durante toda su vida institucional
había sido la oposición leal y se había enfocado a la promoción de una cultura ciudadana se enfrenta ahora a la labor de gobierno,
la cual se ve entorpecida por la permanencia de un marco legal construido para aplicarse en otras circunstancias y que en
repetidas ocasiones constituye un auténtico lastre para el desarrollo nacional. A esto hay que sumar el desgate propio que
enfrentan todos los partidos cuyos militantes forman parte del gobierno.
- El PRD (conformado por una mezcla de grupos
de izquierda, tradicionalmente marginados de la vida partidaria, y priístas resentidos con los tecnócratas que tomaron el
control del Revolucionario Institucional a finales de los 80’s) enfrenta un panorama de claroscuros, pues a pesar de
que se ha consolidado en el Distrito Federal y logró colocarse como la segunda fuerza electoral en el 2006, parece incapaz
de superar las inercias del caudillismo y todo parece indicar que el partido del sol azteca será incapaz de mantener los votos
obtenidos el año pasado, por lo que se ve condenado a permanecer como un mero partido regional, con fuerte presencia en algunas
entidades y nula en muchas otras.
- El PVEM, el PT, Convergencia, el PASC y el
PANAL han logrado encontrar en las alianzas electorales el nicho de mercado que les permite mantenerse en la palestra política
y seguir recibiendo jugosos recursos de parte del IFE, a pesar de lo cual no han logrado obtener una presencia real en la
sociedad.
Buena parte de la sociedad se encuentra desencantada de la democracia, pues esperaba
que el solo arribo de la alternancia política fuera suficiente para superar la pobreza y el subdesarrollo, lo que, por supuesto,
es incorrecto, ya que la democracia no es el fin, sino tan solo uno de los medios necesarios
(si bien de capital importancia) para impulsar el crecimiento del país, objetivo que requiere además de cambios profundos
en el sistema jurídico y en la forma de actuar de los distintos sectores sociales.
Este desencanto, que en buena parte del resto del subcontinente se ha reflejado en
el triunfo electoral de candidatos populistas, tipo Evo o Chávez, en México estuvo a punto de provocar la victoria de López
Obrador y se ha provocado también una desconfianza creciente hacia los partidos políticos en general.
Otro de los
factores que detonan esa desconfianza es el costo económico
que requiere mantener funcionando el sistema de partidos, con campañas cada vez más caras y la existencia de una gigantesca
estructura dedicada a la organización de comicios y la resolución de disputas electorales, estructura que ha estado sometida
en los últimos meses a una intensa presión por parte de los propios partidos políticos (principalmente el PRD) que de este
modo están mordiendo la mano que les da de comer, de ahí que en los ámbitos sociales, empresariales y de medios de comunicación
cada vez se insista más en la reducción de los apoyos para los partidos y en la necesidad de una reforma electoral que permita
perfeccionar el sistema existente y hacerlo más resistente contra las turbulencias que devienen de una elección reñida.
En diciembre pasado, Felipe Calderón asumió la Presidencia de la
República en circunstancias de tensión, reflejadas principalmente en el rechazo de los perredistas, que en
un acto de demagogia y pragmatismo, alegaron la existencia de un mega fraude, que curiosamente afectó a la elección presidencial,
pero no a la legislativa. A pesar del complicado panorama, el gobierno de Calderón ha logrado asentarse y legitimarse durante
estos primeros meses, de modo que hoy en día incluso parte del PRD y de los otros 2 partidos que apoyaron a Obrador en el
2006 han reconocido de modo formal o tácito la autoridad de Felipe Calderón como jefe del Ejecutivo Federal. Así mismo, la
espectacular estrategia de ataque al narcotráfico y la rápida aprobación de la muy necesaria reforma del ISSSTE han logrado
posicionar sólidamente a la administración federal.
Sin embargo, la aprobación del paquete principal de reformas estructurales, empezando
por la fiscal, sigue siendo un punto pendiente en la agenda de Los Pinos y de todos los partidos, por lo que la discusión
alrededor de este tema se mantendrá durante los próximos años como una prioridad dentro de la agenda política nacional y el
éxito o el fracaso de las propuestas que presenten Calderón y Acción Nacional tendrá una repercusión indudable en la percepción
que de ellos tenga la ciudadanía.
Los desafíos de una transición
A partir de 1997, cuando el PRI dejó de ser mayoría en el Congreso de la Unión, nuestro país entró de lleno
a un proceso de transición, de la simulación y el autoritarismo que caracterizaron a los gobiernos priístas, a la conformación
de un nuevo esquema, donde el poder político se reparte entre varios partidos y en el que el voto ciudadano puede alterar
drásticamente los equilibrios, prueba flagrante de esto son los resultados en las elecciones realizadas hace unos días en
Aguascalientes, donde, merced a factores de política interna, el PRI logró sacudirse su mala racha a nivel nacional y obtuvo
el triunfo en una entidad que era considerada un bastión del panismo.
El formar parte de un proceso de transición como el que vivimos implica enfrentarse a nuevos retos, muchas veces sin
contar siquiera con un punto de referencia como apoyo para distinguir que es lo que se debe hacer; se trata de un viaje de
descubrimiento en el que siguiendo mínimas líneas lógicas, deberemos como sociedad recurrir al ensayo y error hasta que logremos
construir un nuevo marco legal, social y político que permita detonar el desarrollo nacional.
Podemos considerar a los siguientes dentro de los principales desafíos a que se enfrentan y enfrentarán en un futuro
próximo los diversos partidos políticos:
v La aprobación de las reformas estructurales.- Como mencionamos anteriormente, el marco legal existente fue construido pensando en las circunstancias propias de un
sistema monolítico, por lo que ante los cambios que hemos vivido resulta terriblemente obsoleto, de ahí la necesidad de una
profunda reforma del estado mexicano, en sus distintos aspectos, desde la recaudación fiscal o el esquema laboral a la procuración
de justicia, cuyos niveles actuales de eficiencia resultan perturbadoramente bajos, de hecho, de no darse estas reformas,
antes de mucho el país quedará estancado y el riesgo de inestabilidad social generalizada se incrementará enormemente.
v El reto de la Ética y el respeto a la vida.-
Para nadie es un secreto la existencia de poderosos intereses económicos internacionales que están impulsando una agenda pro-muerte
a nivel mundial. De entrada la nueva Asamblea Legislativa del Distrito Federal parece dispuesta a aprobar cualquier tipo de
barbaridades, incluido el homicidio prenatal (aborto) para ser considerada como “de vanguardia”. Ante el previsible
incremento de las presiones por parte del lobby pro-muerte, la defensa del valor de la vida debe ser un desafío prioritario
para los partidos en general y para Acción Nacional en particular.
v Combatir el proceso de degradación social.-
La migración, las adicciones y la separación de las familias representan una grave amenaza para la cohesión social, un problema
que, de no ser enfrentado eficientemente, terminará por consumirnos como país
v El combate al narcotráfico y la inseguridad.- Los cárteles de la droga han acumulado un enorme poder, siendo capaces de corromper incluso a los altos mandos de
la policía y de efectuar interminables ajustes de cuentas que han provocado ya MILES de asesinatos. Por otra parte, el crecimiento
de la delincuencia en general ha llegado a un punto intolerable, de ahí que el combate a estos dos fenómenos sea una clara
necesidad que el gobierno, los partidos y la sociedad deben atender en equipo
v Definir el papel de nuestro país dentro de un mundo globalizado.- El tema de la globalización, y la actitud que México debe asumir ante ella es impostergable, para poder
construir una política coherente al respecto se requiere al menos un acuerdo social básico respecto a que estrategias adoptar.
v Reglas que todos conozcan y RESPETEN.- El
circo encabezado por López Obrador tras su derrota en las elecciones presidenciales, así como los pequeños sainetes constantemente
provocados en estados y municipios por candidatos incapaces de aceptar su derrota constituyen un riesgo patente para la democracia
en México, pues van minando la fortaleza de las instituciones democráticas y nos vuelven más susceptibles a caer nuevamente
en manos de los caudillos, cuya presencia tanto daño nos ha ocasionado en otras épocas.
v Elevar el nivel de la actividad política.- La
mala opinión que de la política y los políticos tiene gran parte de la sociedad surge de la percepción generada por las campañas
basadas exclusivamente en guerra sucia, la proliferación de “chapulines” que despojados del más mínimo escrúpulo
cambian constantemente de partido y el exceso de “grilla” destructiva que solo critica sin proponer algo a cambio.
Por tanto, otro de los grandes desafíos para los partidos es elevar el nivel del debate, para que de este surjan no solo videoescándalos
y bilis derramadas, sino también acuerdos claros sobre temas importantes.
v Reducir el costo de la democracia.- Las
campañas que se realizan en nuestro país resultan demasiado caras, de ahí que se necesite buscar nuevas formas que permitan
a los partidos llevar sus propuestas a los ciudadanos sin gastar tanto en el proceso.
Conclusiones
De que los partidos hagan frente a estos desafíos y demuestren la estatura
política para resolverlos depende el rumbo que tomará nuestro país. Vivimos en un momento decisivo, tenemos la gran oportunidad
(y responsabilidad) de hacer la diferencia a favor de México, de empujar desde nuestras distintas trincheras los proyectos
que permitan superar antiguos resabios e inercias que impiden el desarrollo de millones de compatriotas, que nos atan a la
pobreza y la marginación en sus distintos ámbitos.
Si los partidos políticos no están a la altura de lo que nuestra nación requiere caerán ante el carisma de algún nuevo
caudillo o provocarán que la ciudadanía se desentienda de los asuntos políticos, lo cual inevitablemente provocará más problemas y representará un terrible fracaso para los mexicanos del siglo XXI, pues significará
que desaprovechamos la oportunidad de trascender para bien.
De entrada, el asentamiento del gobierno de Calderón y los primeros pasos que en el Congreso de la Unión parecen darse para discutir las reformas electorales, son señales positivas,
muestra de que sí se puede superar este momento de definiciones y llegar a acuerdos, pero es necesario que estas señales se
traduzcan en una voluntad constante de negociación de parte de todos los actores implicados.
Habrá que seguir de cerca este proceso, observando los pasos que en sentido positivo o negativo den los partidos, para
de este modo poder impulsar los cambios en el sentido correcto y evitar que las “malas mañas” de la política priísta
formen parte del nuevo sistema, de otro modo tendremos que empezar de nuevo, y el tiempo perdido será irrecuperable.